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Voz Sin Palabras: Español

Preparándome para el Desierto

COVID fracturo mi cuerpo, física y mentalmente. Pero, sobre todo, me dejó experimentando un desierto emocional; momentos solitarios, incómodos, aislados, frustrantes y confusos.

¿Cómo puedo experimentar a Dios en ese lugar? ¿Cómo puedo disfrutar de Su presencia en el desierto? 

Disfrutar es deleitarse o gozar con algo o alguien. ¿Puedo deleitarme allí?

En mi temprana fe, creía que Dios sólo me llevaría a lugares hermosos y llenos de vida. Pero este no es siempre el caso. Dios me ha permitido estar incómoda y en temporadas difíciles.

¿Quién quiere disfrutar de temporadas de dolor, angustia, muerte, o enfermedad?

A medida que he crecido en mi fe, me doy cuenta de que no se nos promete constante felicidad o comodidad. Cuando leemos las Escrituras, vemos las circunstancias desafiantes que enfrentan muchos hombres y mujeres. El desierto en el que vivieron o al que fueron conducidos, el sacrificio y el dolor. 

Cuando leemos la historia de Jesús, el Hijo de Dios, vemos que Él también pasó un tiempo en el desierto. Lucas capítulo 4:1 dice que Jesús, “…fue llevado por el Espíritu al desierto …”

El Espíritu lo llevo intencionalmente allí.

Al principio de mi fe, no pensé que Dios me permitiría intencionalmente entrar en un espacio difícil. Sin embargo, lo hace. 

Lo que es alentador en la historia de Jesús es que Él estaba preparado para ir al desierto, Lucas 4:1 también dice: “Jesús, lleno del Espíritu Santo…” 

El libro de Mateo, capítulo 3, nos dice que después de que Jesús fue bautizado, “…El vio al Espíritu de Dios que descendía cómo paloma y se posaba sobre él”. Dios prepara a Jesús para el desierto con Su Espíritu. Él promete Su presencia.

El mismo refuerzo, El Espíritu de Dios, que vive dentro de mí. (Romanos 8:9) (Juan 14:26)

Hay varias maneras que El Espíritu de Dios nos prepara para tiempos difíciles. Veo atrás y pienso en las innumerables veces que Él me ha preparado para las dificultades y el dolor.

A través de las Escrituras,

a través de sermones,

a través de la música,

a través de otros que comparten la verdad en mi vida,

a través de la oración.

Dios había preparado a Jesús para esa temporada. No lo estaba enviando al desierto sin refuerzo. Le proporcionó las herramientas y los recursos adecuados. Dios sabía a quién necesitaba Jesús para sobrevivir en el desierto. 

Durante y después de tener COVID, no fue diferente para mí. Él me había preparado. Sin embargo, me estaba costando verlo, disfrutar de Su presencia. 

Cuando regresé a casa del hospital todavía tuve que aislarme, estaba mucho tiempo sola. Aunque mi familia estaba cerca, no podía estar con ellos. Una mañana todos se habían ido. Me encontré llorando (otra vez). Se suponía que debía estar “descansando”, dándome espacio para sanar. Pero lo único que quería era acelerar el proceso.

Comencé a ver un servicio en línea donde el pastor hablaba sobre Marcos 8, donde Jesús sana a un ciego. Es una hermosa historia de un milagro. Lo que más me llamó la atención fue Marcos 8:23. Dice “Jesús tomó al ciego de la mano y lo sacó del pueblo”. Y luego Jesús continúa a sanarlo. 

¿Por qué Jesús se tomaría el tiempo para sacar a este hombre del pueblo? El pasaje no nos lo dice, pero ¿te imaginas la escena? ¿Cuánto tiempo tomó? ¿Qué tan lejos fue la caminata? ¿Tuvo Jesús una conversación con el ciego? Tantas preguntas. 

El pastor señaló que Jesús se tomó su tiempo para sanar a este hombre. ¿Por qué? Jesús pudo decir la palabra en el pueblo y el ciego habría sanado. Pero Jesús pasa por un proceso.

Jesús se estaba tomando su tiempo para sanar a este hombre. Yo puedo identificarme con eso. También me impactó que Jesús, “… tomó al ciego de la mano…” ¿Te imaginas esa escena? Estos dos hombres teniendo un momento íntimo. Jesús interviene amablemente. Lo sostuvo cerca. Tal vez tuvieron una conversación. Sobre todo, Jesús lo acompañó. Estuvo con él en su dolor y en su enfermedad. Guiándolo hasta que lo sanó

Jesús estuvo y está disponible, tal como el Espíritu de Dios. Él está con nosotros. Él está conmigo. 

No hace falta decir que lloré aún más. Jesús estaba allí, en mi cama, tomando mi mano. Él estaba juntando mis lágrimas y guiándome hasta sanarme. Él me concedió Su presencia. Mi debilidad e incluso el sentir pena por mi misma impedían disfrutar de Su Espírito. 

Mucho antes me había preparado para el desierto. Desde el día que elegí seguirlo, 

El Espíritu de Dios se instaló en mí y prometió tomar mi mano. 

Prometió ser mi Abogado (Juan 14:26), 

prometío hablar cuando no pueda hablar (Romanos 8:26), 

prometió consolarme (2 Corintios 1:3-4), 

Prometió caminar conmigo. (Gálatas 5:22-23)

Es reconfortante saber que Él está cerca.

Su presencia está sellada en mí.

Todavía no he salido del desierto. 

Pero, con el Espíritu Santo, estoy preparada.  

¿Estás preparado para tu desierto?

Estén atentos a la siguiente palabra..

Yaneth Diaz

Yaneth Diaz is a Jesus follower, wife, and mom, who desires to write about topics that affect and shape her heart, our communities, culture, and faith.

Yaneth was the first in her family to graduate high school and college. She received her bachelors in Psychology from the University of Houston. She has been working with students for over 17 years and especially enjoys teaching young ladies to live a life with a purpose. She likes serving and advocating for communities and people in need.

In her free time, Yaneth loves spending time with her family and friends.

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