Conocí a Perla cuando estaba en su primer año de la secundaria. Ella era parte del equipo de fútbol y yo dirigía un estudio bíblico después de la escuela con el equipo. Ella fue una de las jóvenes que conocí más de cerca a través del discipulado y como su líder.
A través de los años la vi jugar sus deportes favoritos, desarrollar amistades, graduarse de la secundaria, viajar a campamentos y conferencias con varias organizaciones, ser aceptada a la Universidad de Texas en Austin, recibir algunas becas, graduarse de la universidad, casarse, empezar una familia, y ahora tener un negocio exitoso.
También a través de los años hemos leído la Biblia y orado juntas, hemos llorado durante experiencias difíciles, nos hemos reído durante momentos divertidos y hemos soñado juntas. Especialmente durante la secundaria ella y otras de sus amigas soñaban que todas pudieran ir a la universidad, graduarse y usar sus título universitarios para tener una carrera. Temían que este sueño no se haría realidad por sus estado legal.
Pero a pesar de su estado legal ella ha podido tener excito en los EE. UU. Ella es una mujer inteligente y noble, una esposa y madre dedicada y ella es mi amiga y hermana en la fe. Le invito a leer la siguiente historia en donde Perla comparte cómo ha vivido en los Estados Unidos cuando era niña, estudiante y una mujer indocumentada.
Cuando llegue de México a la edad de nueve años, rápidamente, me di cuenta de quién era ante los ojos de muchos que desaprobaban mi presencia en los Estados Unidos. De niña, recuerdo sentir miedo y ansiedad por las palabras desagradables y las frases comunes que se usan para describirme a mí y a personas como yo en las noticias, como “ilegal”.
Aunque he vivido en EE. UU. por 20 años, los comentarios que leo en Facebook como “mojada” o “regresa de donde viniste” y “los ilegales son delincuentes” no se vuelven más fáciles de leer. Es deshumanizar a las personas, que son como yo y que solo quieren mejorar este país.
Sin embargo, incluso a una temprana edad, sabía la razón detrás de la lucha de mis padres para construir una mejor vida en Houston. Y eso fue para que mis tres hermanas y yo pudiéramos tener una buena educación y la oportunidad de tener una vida mejor porque los trabajos en México eran escasos, la violencia aumentaba y era casi imposible avanzar con toda la corrupción en todos los niveles del gobierno.
Yo estaba muy consciente de la razón de mi presencia aquí, así que decidí que me iba a centrar en la escuela y obtener buenas calificaciones. Pero a veces incluso con todo mi arduo trabajo, no fue fácil. A veces fue desalentador.
Un verano, cuando ingresé a mi último año en la secundaria, fui seleccionada entre un grupo de los estudiantes más diligentes del instituto de verano de matemática, ciencia e ingeniería. Se esperaba que trabajase como interna en una empresa patrocinadora para ganar experiencia en el campo de la ingeniería. Trabajé diligentemente en mi currículum, estaba preparada para la entrevista de trabajo, y todo parecía estar en su lugar. Solo había un problema: yo era una inmigrante indocumentada. Me rechazaron solo cuando el director se enteró de mi estado legal. Había anticipado el rechazo, pero conociendo que esta oportunidad se le dio a un pequeño número de estudiantes, estaba destrozada.
Ser una estudiante indocumentada ha causado muchos obstáculos en mi camino. Sin embargo, me ha enseñado el valor de la educación que solo proviene de soportar las dificultades de “vivir en las sombras” por decir. Esto también me causo poner el doble de esfuerzo en mi educación, porque si mis padres no se dieron por vencidos cuando estaban hambrientos y cansados de caminar y esconderse durante su largo viaje a los Estados Unidos, yo tampoco me daría por vencida. Aunque muchas veces me sentía como si debería.
Por ejemplo como cuando no sabía de dónde obtendría el dinero para ir a la universidad, porque como estudiante indocumentada no pude obtener préstamos ni tenia los requisitos para recibir ayuda federal. A pesar de que me otorgaron más de $40,000 en becas, no sería suficiente para los 4 años de universidad. O como cuando me estaba preparando para graduarme de la Universidad de Texas en Austin sin perspectivas de trabajos debido a mi estado legal, sentí que todo mi esfuerzo y trabajo había sido en vano.
Pero mi madre me recordó que no importa dónde estuviera, nadie podría quitarme mi educación.
Mucha gente considera a los inmigrantes ilegales como “parásitos”, simples sujetos que invaden el país solo para consumir y destruir la tierra. Como parásitos, se nos considera despreciables y una carga extrema para los ciudadanos legales. Entiendo mi intrusión en este país, pero confío en el potencial que poseo, y no podría soportar que me consideren un parásito y mucho menos funcionar como tal. Me gradué de la Universidad de Texas con una licenciatura en Desarrollo Humano y Ciencias de la Familia. Estoy orgullosa de ser dueña de mi propio negocio y siervo en la junta directiva que fundó la Asociación de Alumnos de la escuela de Sam Houston, una organización sin fines de lucro que otorga becas a estudiantes de mi escuela secundaria.
Como nueva creyente, en la secundaria, tenia esperanza. Sabía que no sería fácil ser indocumentada, pero ser considerada una ciudadana del Reino de Dios me dio esperanza para el futuro y aprendí a confiar en que Dios me proporcionaría una forma de convertirme en ciudadana legal de los Estados Unidos. Ahora, como adulta, he visto a las mismas personas que predican el amor de Cristo por todos, rechazar a las personas como yo cuando se trata de política y puntos de vista sobre la inmigración. Se hizo evidente que ser Cristiana no significaba que mi situación fuera aceptada fácilmente por otros Cristianos.
Cuando mi esposo y yo nos casamos, nos unimos al grupo de recién casados en nuestra iglesia. Un domingo, como parte de una actividad, se nos animo a compartir nuestro testimonio de cómo llegamos a conocer a Cristo. Entonces, le enviamos un correo electrónico al líder del grupo una semana antes de ese domingo, porque teníamos una idea de la postura política de el grupo, y estábamos buscando seguridad de que estaría bien compartir mi historia. Pues no es algo fácil de hacer por temor a revancha y rechazo. Pero no hubo ninguna respuesta, ninguna seguridad, solo silencio. El silencio es desaprobar y rechazar. Tomamos ese rechazo y dejamos la iglesia. No podíamos vernos como parte de una comunidad que rechazaba a personas como yo y que se alinearon con políticos que literalmente luchaban por echarme del país. No ahora, ni nunca.
Ha sido un desafío encontrar una iglesia en la que nos sintamos cómodos debido al clima político actual contra los inmigrantes. Mi testimonio es mi historia de cómo llegué a este país y encontré a Dios y cómo él era mi fortaleza cuando no tenía esperanzas de un futuro. No puedo cambiar mi historia porque no se alinea con los puntos de vista conservadores Cristianos anti inmigrantes.
Encontré a Dios a través de MIS luchas y MIS miedos, y descansé sabiendo que de alguna manera Dios estaba en control.
Aunque ahora tengo DACA, el miedo y la ansiedad siempre están ahí. Pude calificar para este programa porque me gradué de la escuela secundaria, no tengo antecedentes penales, y entré al país cuando era niña. Además, también tenía menos de 30 años cuando la orden ejecutiva entró en vigencia en 2012. Todo el proceso toma de 4 a 6 meses. La tarifa pagada a los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos (USCIS) es de $450 cada dos años. Debo mantener un buen récord para calificar para la renovación. Este programa permite que personas como yo trabajen legalmente y simplemente dice “su deportación se pospone para una fecha posterior”.
Esto es lo que DACA no es: no es una matrícula gratuita para la universidad. No es una visa o “green card”. No calificamos para beneficios federales o ayuda. Y sí, pago impuestos. Es un permiso de trabajo que me permite trabajar y obtener una licencia de conducir (algo que no podía hacer antes de DACA) y seguir con una carrera en Bienes Raíces.
Mi esposo es ciudadano y ahora ha solicitado mi residencia, pero aún así es un proceso largo que no garantiza que me otorgue un estatus legal. El temor de no poder quedarme en este país con mis dos hijos y mi esposo es real. Tengo DACA y entiendo que mucha gente no conoce ni entiende DACA. Se siente vulnerable y casi humillante contar con el Congreso para aprobar el tipo de legislación que ha sido empeñada durante años por diferentes administraciones.
No sé lo que nos espera, pero no vamos a rendirnos sin importar cuánto tiempo tome.
Espero que la historia de Perla le dé una idea de la vida de una persona indocumentada, que le de un ejemplo del proceso que un inmigrante puede tener con el sistema inmigratorio. También es mi deseo que la historia de esta gran mujer le cause compasión hacia otros con las mismas circunstancias y que le rete a tomar acciones que causen beneficios productivos y cambios al sistema inmigratorio.
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